Les compartimos el texto que elaboramos a modo de presentación del libro «El cóndor sigue volando» de Martín Almada y Editorial Quimantú, lanzado el pasado 3 de septiembre 2017 en el Teatro de Emergencia.

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«No hay secreto que el tiempo no revele».

Pasado presente y viceversa

Porque cuando el texto nos cuenta que las dictaduras, como formas de gobierno, fueron impuestas en nuestro continente a partir del mandato de EE.UU, en complicidad con las élites cívico militares de América Latina; cuando señala que lo que buscaban era generar un conjunto de países sin confrontación de ideas y sin memoria; ¿de qué nos está hablando? ¿Qué dice cuando señala que las dictaduras latinoamericanas establecieron todo un entramado de intervención sico-social, como herramienta de inteligencia? ¿Qué grita cuándo establece que todo esto fue planificado para imponer a sangre y fuego el modelo neoliberal, la privatización de lo público, el control privado de los recursos naturales, en definitiva la entrega de nuestra soberanía? ¿Qué llora cuando dice que esto equivale a desangrar la patria y que el lema fue y sigue siendo “Mercado Total e Inseguridad Total”?, ¿en cuál clave del tiempo nos sitúa?

Las preguntas que emergen de este libro refieren al presente, interrogan respecto de cuáles son las herencias dejadas por las dictaduras, más allá del miedo y el silencio. Cuales son hoy los sistemas de dominación ofrecidos por las democracias latinoamericanas, sus vínculos con el mercado, como se articulan en el imperio de la ley, quienes nos gobiernan, cuáles son sus formas, sus maneras, sus lenguajes, sus intervenciones sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos, sus abusos, sus torturas, cuales son hoy los desaparecidos, donde están, dónde están hoy las redes de solidaridad. En síntesis, se trata de ver qué secretos develan estos archivos del terror para entender el presente. Cuál es hoy el vuelo del Cóndor.

 

El gobierno del territorio y de las gentes. La guerra declarada.

El caso de La Legua y de quienes pagamos hoy el precio de “su” paz.

Ubicada en el pericentro de Santiago de Chile, La Legua no sólo es una población popular con tradición de lucha y resistencia durante la dictadura, también es una población marginal hija de la pobreza, que ha aprendido en muchas partes a sobrevivir y a vivir más allá de lo que el imperio de la ley entiende como lo aceptable y permitido. Esta condición, ampliamente difundida por los medios de comunicación, nos ha valido el ser considerados y señalados como un territorio crítico, un barrio peligroso, sumergido en una infinitud de formas de violencias que la muestran como un todo inhabitable, como un gueto del narcotráfico y la violencia armada, imagen que ha servido como justificación perfecta para implementar los llamados planes de intervención. Acciones planificadas para transformar nuestras vidas.

Un plan mandatado por los Cóndores Mayores, financiados por los buitres del FMI y del Banco Interamericano del Desarrollo y puesto en ejecución por una horda especializada de palomas, que poco se diferencia de aquellos implementados en las barriadas de Colombia, las favelas del Brasil, los barrios marginales de Ciudad de México. Como también se han implementado en los territorios indígenas de América Latina. Bien lo saben las comunidades Mapuche, del sur de Chile, a quienes les han usurpado sus tierras, sus formas de vida, incluso la vida misma.

Así de la misma manera en que se señala de “terrorista” a quien se pretende perseguir y eliminar, se habla de un territorio crítico cuando se le quiere transformar.

Fue el 2001 cuando Jorge Correa Sutil, subsecretario del Interior del presidente Ricardo Lagos señaló a los medios de prensa: “Vamos a demostrarle a los legüinos que el Estado ha vuelto”, es cierto, volvió y hemos pagado con creces su retorno. Estos 17 años de intervención estatal han dejado claro que nuestras formas de vida se han vuelto inaceptable.

La nuestra, por cierto, no es una condición particularmente pobre o violenta, no es muy diferente a la vida que puede darse y levantarse en las innumerables poblaciones pobres de la periferia de la ciudad. Pero La Legua tiene una característica importante, particular. Está ubicada a quince minutos del centro de Santiago. Los terrenos donde está emplazada han multiplicado exponencialmente su valor, y con ello, se han depreciado nuestras posibilidades de seguir viviendo dónde y cómo vivimos. La colusión Estado Mercado no se puede permitir el lujo de mantener a un puñado de pobres ocupando los valiosos suelos de la comuna de San Joaquín. Entonces se pone en marcha el plan.

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